Por atributos que no es necesario enumerar, el Caribe es uno de los destinos favoritos por los ricos y famosos para invertir en turismo. Alguno, inclusive, hay hecho realidad el sueño de la isla propia.
Tal es el caso de Jeffrey Epstein, ejecutivo estadounidense vinculado con el mercado financiero, que en 1998 adquirió Little St. James, en las Islas Vírgenes estadounidenses, un islote adyacente a la capital insular, St. Thomas.
El “destino perfecto”, con playas de blancas arenas, vegetación exuberante y vistas impresionantes. Tras cerrar la operación por US$ 7,95 millones, el magnate llevó máquinas y obreros desde Estados Unidos para desmalezar, plantar palmeras y construir una exquisita mansión con piscinas, atracadero de yates, helipuerto y más. Como, por ejemplo, un “templo” para escuchar música y relajarse.
Según notas de prensa, los residentes de la vecina St. Thomas nunca habían convivido con tanta excentricidad, viendo llegar al aeropuerto local a muchos visitantes famosos, como el científico Stephen Hawking, la modelo Naomi Campbell y el príncipe Andrés del Reino Unido, por nombrar algunos.
Pero entre tantas celebridades también arribaban mujeres, muchas mujeres. Jóvenes, bellas y bien vestidas. La gran mayoría menores de edad.
Los secretos del edén
El lugar era, en realidad, un antro de excesos, donde la pedofilia, la prostitución y las drogas eran moneda corriente. De hecho, Epstein estuvo preso a mediados de la década pasada por 34 casos de abuso de menores registrados en su palacete de Palm Beach, Florida.
Aunque le hubiera correspondido una pena mayor, estuvo tan sólo un año en prisión. Ya libre, se refugió en su edén caribeño por largos períodos y fue por más: compró la isla adyacente, Great St. James, aún más grande, para expandir su imperio.
Pero la felicidad no le duró mucho. Con una acusación de tráfico sexual sobre sus espaldas, en julio de 2019, cuando aterrizaba con su avión privado en un aeropuerto regional neoyorquino, fue nuevamente arrestado. Epstein fue ingresado al Correccional de Manhattan y al mes siguiente, mientras aguardaba la sentencia, se suicidó.
Las islas fueron puestas a la venta a comienzos de 2022 a “precio de liquidación”: US$ 125 millones. Nadie las quiso. Tampoco funcionó la táctica de la inmobiliaria de comercializarlas por separado, pensando que la isla grande estaba menos “contaminada” por el delito que la otra.
Ningún millonario se ha interesado por ahora en “las islas del pecado”, como suelen llamárselas. Su reciente y oscuro pasado es un lastre demasiado pesado.
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